Una de las expresiones de la iglesia para dar el corazón a DIOS es el ayuno. Es un salirse de la comodidad, de las rutinas, de zonas de confort, de lo común, para ingresar a una búsqueda extraordinaria de Dios.

El Señor hizo una pregunta retórica a Israel, diciéndole: “Cuando ayunasteis…, ¿habéis ayunado para Mí?” (Zacarías 7:5). Es que el ayuno dispuesto por Dios debe estar dedicado a Él; los creyentes tienen aquí la ocasión para demostrar su amor y su obediencia al Señor, que nos llama a la oración en busca de Él, de Su ayuda y de hacer Su voluntad.

El ayuno es un ejercicio de consagración a Dios, de tiempo especial de clamor, de afinación de la vida espiritual. En otra ocasión, amonestando a Su pueblo en cuanto al ayuno, les dijo: “He aquí que en el día de vuestro ayuno buscáis vuestro propio gusto, y oprimís a todos vuestros trabajadores. He aquí que para contiendas y debates ayunáis y para herir con el puño inicuamente; no ayunéis como hoy, para que vuestra voz sea oída en lo alto.” (Isaías 58:3,4). No se trata tan solamente de abstenerse de comidas; es la rendición de la vida en justicia, en amor, en pureza.